A José Manuel, «el Jose«, le tocó madurar pronto, sin tiempo para eludir la temprana muerte de su padre, a la misma edad en la que un día como hoy fallecía, 47 años. Demasiado joven para ser tan mayor.
Alimentó a todo un barrio, aprendiendo el oficio paterno mientras intentaba extraer algo útil de la escuela a la que marchábamos en rebaño decenas de pequeños, unos con legañas de sueño infantil y otros como él por quedarse ayudando en la madrugada a su progenitor, debilitado por la enfermedad que lo apagaría inexorablemente.
Era rollizo, mofletudo, sonriente, como un Buda castizo del malagueño barrio de Miraflores de los Ángeles. No podía ser de otro modo, siendo hijo de la Maruchi, la vecina de la familia, que riega sus plantas en el ojo de patio con agua y coplas y chistes y risa. La que espero que soporte este envite como otros tantos que le dio la vida a la que todavía, a pesar de todo, sigue dando las gracias, como Violeta Parra, como Mercedes Sosa.
De pestañas gitanas, negras, largas, coronadas por puntos de nieve de harina a una edad en la que la gran mayoría aprendíamos a sumar, restar y dividir en el papel, mientras él lo hacía a base de peso, volumen y temporizador sobre el torno de madera de la panadería.
Quizás fuera a golpe de hacer blando lo que no es más que un duro grano de cereal que quisiera repartir su ternura, colaborando con la Cruz Roja en un tiempo libre que restaba a su ¿tiempo de descanso? ¿Cuándo descansaba «el Jose» si dormía como Leonardo da Vinci, a ratitos, a deshora, a desvida?
Porque era grande, en tamaño, y grande, en bondad, juntaba esas dos grandezas y se implicaba, se compadecía, te bendecía. En los tiempos en los que la palabra bullying no existía y el acoso escolar se consideraba una «riña entre niños», «el Jose» no lo consentía. Con la madurez del que sabe lo que es dar de comer, que no se juega con el pan de nadie, que no se maltrata a ningún niño…
Todo buen panadero sabe que el tiempo es la clave de todo. Fermentos, aire, temperatura combinados en paciente espera para lograr el alimento, la vida, en un proceso repetido durante milenios, que nos lleva a través de molinos de agua y viento, hornos de leña, trigales y hoces hasta el principio de lo que fuimos y seguiremos siendo. Pan en la mañana para darnos la fuerza de cambiar el mundo.
Cambiar el mundo desde la ternura de su pan. Quizás fuera eso lo que siempre pretendió.
En reconocimiento a la labor de tantos panaderos que dejan su vida en la noche para que los demás hagamos vida en el día. En agradecimiento a Jose y su familia.
Sucede que con los años y los golpes secos que nos propicia el tiempo, mi corazón que nació tierno y tibio como el pan recién horneado, se ha ido endureciendo (“como un duro grano de cereal”) , pero cuando leo tanta ternura en unas pocas líneas cargadas de amor, cuando escucho a través de este relato las dulces coplas a través del ojo de patio, cuando me imagino a ese niño regordete, blancas sus manos de harina e inocencia, siento dentro de mi el calor y el aroma de “ese pan recién horneado” y vuelvo a la bondad y vuelve a enternecerse este ajetreado corazón … Por eso te doy las Gracias !